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Coleccionismo: Una forma de memoria emocional en objetos

Hay una memoria que no aparece en fotografías ni en fechas, sino en objetos. Una, la cual no se plasma con tinta, sino mediante una prolongada persistencia afectiva que transforma aspectos en principio vanos en trozos de una determinada historia íntima. El coleccionismo, en última instancia, lejos del simple recoger arbitrario, puede entenderse como un acto de silente cuidado, un esfuerzo por fijar en la materia una cuestión que de otro modo se iría.

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que es el coleccionismo

¿Qué es el coleccionismo?

El coleccionismo puede entenderse como una práctica humana tan antigua como la historia misma del objeto. El coleccionismo puede explicarse como el sometimiento y conservación de elementos que satisfacen una misma característica y que, por razones afectivas, simbólicas, estéticas o históricas, consiguen suscitar en la persona que colecciona un sentido de pertenencia o una significación. Aun así, la definición técnica, aquella apenas tiene un leve pálpito de la profundidad emocional que suele haber en los que lo practican.

No se trata de juntar por juntar. No todo el que guarda objetos es un coleccionista. Hay en el coleccionismo un impulso emocional que sobrepasa la funcionalidad o el valor material. Una persona puede guardar una colección de llaves oxidadas, no por lo que representan en el mercado, sino por el modo en que evocan lugares que ya no existen, casas que ya no se habitan, puertas que ya no se abren.

Por eso, aunque existan formas organizadas de clasificar el coleccionismo, lo cierto es que cada colección tiene un corazón que no se deja ver fácilmente. En muchos casos, más que de objetos, se trata de colecciones de vivencias encapsuladas.

¿Qué dice la psicología de los coleccionistas?

La psicología ha encontrado en el coleccionismo un campo fértil para explorar la relación entre identidad, afectividad y memoria. Lejos de concebirse como un simple pasatiempo o un síntoma obsesivo, muchos estudios reconocen que esta práctica puede estar ligada a procesos de construcción del yo.

El coleccionismo permite estructurar el tiempo de una manera simbólica. Los objetos se convierten en marcadores emocionales que ayudan a construir una narrativa personal. Esto explica por qué muchas personas comienzan a coleccionar en momentos de cambio: tras una mudanza, la pérdida de un ser querido o incluso en épocas de crisis vital. Es una forma de recuperar cierta sensación de control, de reordenar el mundo desde lo íntimo.

Hay quienes coleccionan relojes no solo por su maquinaria delicada o su diseño estético, sino por su carga temporal implícita. Cada tic de un segundero parece traer consigo algo del pasado que se niega a desaparecer. El coleccionista de relojes no guarda simplemente un objeto: guarda el tiempo, o al menos, la ilusión de poder contenerlo.

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coleccionar como acto emocional

Coleccionar como acto emocional

El valor que una colección tiene para su dueño no siempre puede traducirse en cifras. Hay monedas que no cotizan en ningún mercado, pero que fueron el primer regalo de un abuelo. Hay tazas que no tienen ningún valor comercial, pero que pertenecieron a un momento determinado, a una etapa, a una casa, a un gesto.

Entre los objetos más curiosos que se coleccionan, las tazas personalizadas ocupan un lugar peculiar. No se trata de una colección clásica en el sentido museográfico, pero su acumulación suele estar cargada de sentido. Cada taza puede tener un mensaje, un recuerdo, un nombre, una fecha. Y aunque no siempre se muestren con orgullo, como las monedas valiosas o las piezas de arte, las tazas también forman parte de un lenguaje privado que se construye en el silencio cotidiano.

Lo mismo sucede con objetos como las tazas mágicas, que, más allá de su efecto visual, generan una relación de asombro y nostalgia que las vuelve más significativas de lo que parecen a simple vista. A veces, coleccionar es volver a sentirse niño frente a una taza que cambia con el calor.

¿Qué tipos de coleccionismo hay?

Sería inexacto pretender encerrar el coleccionismo en categorías fijas, pero existen ciertas clasificaciones que permiten entender la diversidad de esta práctica. En principio, se podría hablar de dos grandes ramas: el coleccionismo sistemático y el afectivo.

El primero es aquel que responde a criterios racionales, organizados, casi científicos. Un filatelista que clasifica sus sellos por año, país y valor. Un numismático que persigue la venta de monedas antiguas para completar su colección por períodos históricos. Este tipo de coleccionismo tiene algo de archivo, de enciclopedia viviente, y suele estar regido por una lógica externa.

El segundo tipo, en cambio, responde a motivaciones más íntimas. Es el caso de quienes coleccionan piedras que encuentran en sus caminatas, billetes de transporte, envoltorios de caramelos de la infancia o postales que nunca llegaron a enviarse. El valor no está en el objeto en sí, sino en lo que provoca. Y en ese sentido, el coleccionismo se transforma en una extensión de la biografía.

Otros tipos reconocidos incluyen:

  • Coleccionismo histórico: relacionado con objetos que representan momentos o procesos históricos (documentos, uniformes, medallas).
  • Coleccionismo artístico: donde lo estético es primordial (esculturas, grabados, pinturas).
  • Coleccionismo temático: centrado en una figura, idea o personaje (por ejemplo, todo lo relacionado a un equipo de fútbol, una saga literaria o un animal).
  • Coleccionismo de diseño: que presta atención a la evolución de la forma y la función (relojes, electrodomésticos, muebles).

Cada uno de estos tipos revela algo distinto sobre quien colecciona. La manera en que se clasifican, exhiben o almacenan los objetos habla tanto como los objetos mismos.

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el coleccionismo y el tiempo

El coleccionismo y el tiempo

En cierto modo, el coleccionismo es una forma de negociar con el paso del tiempo. Los objetos se transforman en testigos de aquello que fue. En un mundo donde todo se vuelve efímero, el deseo de conservar algo se vuelve, también, un deseo de resistir. Hay quienes coleccionan para recordar, pero también quienes lo hacen para no olvidar lo que no pueden nombrar.

El coleccionista de relojes lo sabe mejor que nadie: el tiempo no se atrapa, pero se puede rodear de él. Cada objeto guardado es un intento por prolongar una experiencia que ya no volverá, pero que de alguna forma se rehace en el gesto de guardar.

Las monedas valiosas no solo lo son por su rareza, sino por lo que representan en términos de permanencia. Una moneda de otro siglo tiene algo de talismán: ha sobrevivido al uso, al desgaste, al olvido. Y quien la guarda no lo hace solo como inversión, sino como acto de contemplación.

La diferencia entre acumular y coleccionar

Es necesario distinguir el coleccionismo de la acumulación. Mientras la acumulación suele estar marcada por la desorganización, la ansiedad o incluso el desorden emocional, el coleccionismo parte de una relación significativa con los objetos. El coleccionista no guarda “por si acaso”, sino “porque sí”, porque eso guarda un valor simbólico que solo él puede nombrar.

Este matiz es importante, sobre todo en una época donde el consumo ha desbordado los límites del deseo y muchas veces se confunde tener con sentir. El coleccionismo genuino no responde a una necesidad de posesión, sino de significación.

El objeto como espejo

Quizás una de las razones más profundas por las que coleccionamos sea esta: el objeto nos devuelve una imagen de nosotros mismos. Ver una colección es, de alguna manera, verse proyectado. El orden que imponemos, los colores que predominan, los materiales que elegimos, todo eso forma parte de un autorretrato involuntario.

Una persona que colecciona tazas personalizadas está, en cierta forma, narrando su historia en pequeños fragmentos cotidianos. Una persona que guarda tazas mágicas probablemente esté diciendo algo sobre su deseo de sorpresa, sobre la necesidad de que algo, aun ahora, siga cambiando ante sus ojos.

Lo íntimo y lo compartido

Aunque muchas colecciones se conservan en la intimidad, también existe un impulso social en el acto de coleccionar. Compartir una colección, mostrarla, hablar de ella, permite que otros participen de esa experiencia simbólica. Es una forma de tender un puente entre el mundo interior y el exterior.

La venta de monedas antiguas y otros intercambios entre coleccionistas no son solo operaciones comerciales; muchas veces son formas de diálogo. El acto de entregar una pieza implica también un gesto de confianza, de traspaso, de continuidad.

Coleccionismo como forma de habitar

Más allá de las definiciones, el coleccionismo puede entenderse como una forma de habitar el mundo. No todos encuentran sentido en acumular objetos, pero quienes lo hacen encuentran en ellos una manera de extender su lenguaje. Una casa sin colecciones a veces puede parecer un lugar neutro, como si nada en ella hablara de quien la habita.

Y no hace falta que se trate de una colección “seria”. A veces basta con un estante con tazas mágicas, un cajón con monedas antiguas, una repisa con relojes heredados. Lo importante no es la magnitud, sino la relación. Cada objeto es una especie de ancla: algo que nos devuelve a tierra cuando todo parece irse.

¿Qué nos deja el coleccionismo?

El coleccionismo, entonces, no se reduce a un gesto de nostalgia ni a una obsesión por el pasado. Es una forma de decir: “esto me importa”. Es una resistencia frente al olvido. Una afirmación silenciosa de que, aunque el tiempo pase, hay cosas que merecen quedarse.

Tal vez por eso, cuando alguien muestra su colección, lo que realmente está mostrando es una parte de sí mismo que no sabe decirse de otro modo. No todos lo entienden. No todos lo necesitan. Pero quienes coleccionan saben que en cada objeto hay algo más: una vibración, una memoria, una emoción que persiste.

Y así, el coleccionismo continúa. No como moda, no como lujo, sino como ese hábito ancestral y silencioso de mirar un objeto y, en lugar de ver una cosa, ver una historia. Una que no termina, porque en el fondo, coleccionar es una forma de no cerrar nunca del todo el libro de lo vivido.

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